La Mancha es tierra de vinos, de quesos y del mejor aceite de oliva del mundo. Sin embargo, al este de Ciudad Real no sólo hay tierras raras, sino una interminable llanura que ocasionalmente está salpicada por las llamadas “motillas”. Parecen montículos de tierra que se elevan en la explanada, pero realmente son fortificaciones construidas estratégicamente durante la Edad del Bronce.
La particularidad es que son castillos levantados hacia arriba, pero también hacia abajo, con algunos adentrándose más de 20 metros en la tierra para proteger el recurso más valioso en la región: el agua. Y en un pueblo de Daimiel se encuentra el mayor pozo de la antigüedad de la Península Ibérica.
Las motillas. Entre el 2.200 y el 1.500 a.C. en la península convivieron varias culturas. En parte de Castilla-La Mancha se dio el Bronce Manchego, conocido como la ‘Cultura de las Motillas’. En su día, estas motillas eran asentamientos fortificados con una forma circular que servía tanto para albergar a la población sedentaria como para protegerse ante invasiones y, sobre todo, para controlar un recurso tan valioso como el agua de los pozos subterráneos
Tras su abandono, estas fortificaciones quedaron dispersas por la geografía manchega y, con el paso de los siglos, fueron cubiertas por tierra y vegetación, formando esas ‘motas’ en el terreno.
Organización. Había motillas de varios tamaños, pero generalmente estas fortalezas tenían un diámetro de entre 30 y 50 metros. Eran como un protocastillo medieval, con una serie de anillos concéntricos que actuaban como muralla y se disponían alrededor de una torre central. Igual que las fortalezas que se construían en zonas elevadas para tener una mejor visión estratégica, las motillas se construían alrededor de hondos pozos.
El agua, junto al grano, era el recurso que se guardaba y protegía en estas motillas, y algo curioso es que había una distancia de unos pocos kilómetros entre una y otra, por lo que las agrupaciones podían mantener contacto visual entre ellas. La población vivía tanto dentro de la fortaleza como a sus alrededores y se estima que, cuanto más cultivo controlaran y más permanente fuera la presencia de agua, más poder tenían los líderes y más influencia la motilla en cuestión.
Especulando. Aquí hay mucho espacio para la especulación, ya que las motillas más grandes serían aquellas que eran centros neurálgicos para el comercio, mientras que las más pequeñas a su alrededor podrían ser el hogar de una o más familias que servían como puntos de avanzada para el control del territorio, pasto, cultivos y combatir contra quien quisiera tomar ese gran centro neurálgico. Se han encontrado numerosas armas en las tumbas, por lo que se presupone que eran comunidades en permanente conflicto.
Motilla del Azuer. Y, de entre todas las motillas, la joya de la corona es la del Azuer. Fue declarada Bien de Interés Cultural en 2013 y es única debido a sus dimensiones. Cumplía las mismas funciones defensivas y comerciales que el resto de asentamientos de este tipo, pero si por algo llamaba la atención -y lo sigue haciendo- es por sus dimensiones.
La torre central alcanzaba los 10 metros de altura, por lo que era bien visible en un paisaje excepcionalmente plano. Por otro lado, el pozo se excavó para alcanzar el nivel freático a una profundidad de entre 15 y 20 metros. En épocas de sequía prolongada, este pozo podía suministrar agua a los habitantes y, cuando llovía, las reservas volvían a recargarse.
Se estima que esta fortificación es la que permitió un enorme desarrollo agropecuario en la región y el motivo de su interés cultural es que es considerado el pozo más antiguo de la Península.
Diferencia entre la altura de la motilla y lo que se hunde en el suelo hasta el nivel freático
Descubrimiento tardío. Los siglos XIX y XX fueron años en los que nos preocupamos por desenterrar el pasado. Realizamos numerosos e importantes descubrimientos que reflejaban el paso de las civilizaciones que nos precedieron y, siendo el de las motillas algunos de ellos. Se dio en un punto tardío, ya que fue durante el último cuarto del siglo pasado cuando los arqueólogos se pusieron a desenterrar y estudiar estas construcciones.
Debido a sus dimensiones, el de Motilla del Azuer fue el más investigado de toda la Edad del Bronce de La Mancha, desarrollándose desde 1974 más de una quincena de campañas de excavación. Y es curioso que, al comienzo de las excavaciones, los investigadores pensaron que se trataba de túmulos funerarios.
Fortificaciones manchegas. La del Azuer es la más profunda, pero en la región hay numerosas fortificaciones de este tipo. Actualmente, inventariadas hay 29 en la provincia de Ciudad Real, así como una en Toledo, otra en Cuenca y una más en Albacete. El problema es que, aunque se han identificado posibles motillas que hay que investigar, es complicado incorporar nuevas estructuras a la lista.
El motivo es que son difíciles de localizar. Hablamos de construcciones con entre 3.000 y 4.000 años, por lo que la acción humana y la erosión han podido acabar con la forma característica de montículo y es fácil que pasemos por alto las que siguen enterradas. Los esfuerzos, además, se han concentrado a la Motilla del Azuer. Su conservación se realiza, en parte, gracias el precio de las entradas -10 euros por persona- para visitarla. También se puede hacer un recorrido virtual.
Pendientes. Por tanto, es muy probable que poco a poco se añadan más motillas a la lista, pero estas fortalezas tan peculiares no son las únicas estructuras de la Edad del Bronce en La Mancha. Se sabe que coexistieron junto a asentamientos en altura llamados ‘morras’, cabañas estacionarias denominadas ‘campos de hoyos’ y algunos lugares sagrados con construcciones orientadas a las estrellas, como Bocapucheros en Almagro. Por tanto, si te pilla cerca, es una actividad diferente y pocas veces podemos visitar algo con 4.000 años a sus espaldas.
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La noticia
El pozo más antiguo de la Península Ibérica está en un pueblo de Ciudad Real: la muestra perfecta del «Bronce Manchego»
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alejandro Alcolea
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